DESCENDIMIENTO
Llegamos al teatro con la lengua afuera. Nos conducen a nuestros sitios. A mi derecha tengo a Unai y a mi izquierda a Manuel. Con este ultimo, empiezo a comentar la jugada. Viniendo de los profes de DAI, lo mínimo que nos esperamos es un ritual satánico, decimos entre risas. No estuvo muy lejos la cosa.
Se apagan las luces. Agarro a Manuel del brazo con miedo. Expectación. Misterio. Entran unos hombres al peculiar escenario redondo y se sientan en unas sillas. Los segundos se dilatan. El corazón me late más y más rápido. Silencio absoluto. Y vuelve la luz.
-Sentimos muchísimo esto, pero estamos teniendo un fallo técnico, se va a revelar una de las sorpresas lo sentimos etc etc etc.
Ni en mi actuación de cuarto de primaria hacemos eso. Poca profesionalidad, poca capacidad de improvisar y de disimular. Vemos a lo lejos a Alvaro y Enrique mosqueados. Y Manuel y yo nos reímos. Después, vuelven a apagar la luz. Suena una voz, que habla de como sus poemas son por y para el cuadro, el Descendimiento de la Cruz de Van Der Weyden. Es uno de mis cuadros favoritos. Maria y Jesus, madre e hijo, vida y muerte, separados por unos centímetros mientras el resto de personajes se tocan... como leí una vez, si se pasase una corriente eléctrica por ellos se cortaría entre ellos dos... la fina linea entre el mundo de los vivos y el de los muertos. No oigo nada. un hombre no deja de toser.
Comienza el espectáculo. No entiendo nada de lo que dicen, parece que sueltan palabras al azar. Pero estoy expectante. Cada acción que realizan es inesperada y cargada de todo, sobre todo de sentimiento, de intención, de decisión... es ensayado pero parece impulsivo y fresco. Entre las telas colgando del techo, los desmayos sucesivos y la voz del Niño de Elche y de los instrumentos, se asoma un mensaje. Manuel saca su libreta. Me fascina verle apuntar cosas, ojalá yo tuviese algo conmigo, mi memoria no es suficiente. La muerte no tiene florituras. Es lo que es. No hay nada de romántico en morir. Recuerdo que hablan del amor y que se me saltan las lagrimas. Recuerdo que hablan de unos pelos del coño de alguien y se me saltan los colores. Recuerdo oírle chillar y agonizar. Se me ponen los pelos de punta. El sonido reverbera y me llega su dolor de rebote. Se mueven al ritmo de la música. Se caen, se levantan, se entierran, se desentierran, se pegan, se despegan, corren, se paran... El remolino se acelera y se frena, me provoca, me horroriza, me fascina, me emboba, me entristece, me saca una sonrisa, me aburre, me divierte, me obsesiona... me hace sentir. No entiendo lo que hacen pero me hace sentir. Me hablan de la muerte con palabras que no entiendo, pero no hace falta, me lo están traduciendo a sentimientos que me transmiten. La voz del Niño de Elche se escucha casi imposiblemente alta. Cuando se acaba, me canso de aplaudir. Miro a Manuel y sé que le ha encantado. Unai esta tan confuso como yo.
Se me ha hecho larga y no puedo decir qué me ha gustado. Me ha hecho sentir tanto que mi critica va a estar vacía porque no puedo verbalizar aquello que ha llegado a mi como una transmisión no verbal. Sé que todos los que leeréis esta critica estuvisteis allí y por tanto sabéis de lo que os hablo. Solo tengo ganas de sacar dibujos expresivos. Mantengamos el lenguaje no verbal para hablar de algo tan lleno y tan vacío como es la muerte. Es sentimiento y es hecho. Es breve pero nunca acaba. Pasamos toda la vida esperándola y siempre nos pilla de sorpresa. Junto al amor, es la mayor obsesión del ser humano. La tenemos tan cerca y tan lejos a la vez...
Os dejo la ultima pagina de mi libro favorito, del que os hable a principio de curso cuando me pidieron presentarme con datos tan curiosos sobre mí. Y os dejo una canción sobre la muerte. Y un poema. Estamos muy obsesionados con ella.
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